Ronald Balanta, el tejedor de sueños de Puerto Tejada
Por: Keity Rossana Hidalgo Viveros, Karol Yaritza Ararat y Geanny Yulieth Herrera, semillero de periodismo de la UNIAJC
El amanecer en Puerto Tejada presencia una rutina que se repite día tras día. Ronald Balanta, un hombre de 53 años, empaca cuidadosamente su mercancía en una maleta desgastada por el uso debido a que lleva sus pulseras, aretes y collares de bisutería, los cuales son su fuente de ingresos y su poción secreta para cumplir su sueño.
Ronald no es solo un vendedor ambulante de bisutería; es un hombre con una historia profunda y un sueño por cumplir. Tiene su cabello salpicado de canas, un rostro curtido por el sol y el paso del tiempo, ojos oscuros llenos de determinación los cuales han visto más amaneceres de los que puede contar y su maleta desgastada que carga al hombro es su compañera fiel, llena de piezas brillantes que cuentan historias de lugares lejanos y artesanos anónimos.
Con paso firme y la maleta al hombro, Ronald se mezcla entre los vendedores ambulantes resaltando entre todos, gracias a la diversidad de colores de su mercancía, que lo ha convertido en un vendedor reconocido en Puerto tejada Cauca, el cual considera su segundo hogar. Conoce cada rincón de estas calles debido a la frecuencia con la que transcurre en ellas, y considera cada esquina propicia para desplegar su mercancía y atraer la atención de los compradores.
Las formas de los sueños
Ronald dice “que en su juventud soñaba con ser arquitecto y que la geometría de los edificios lo fascinaba, pasaba horas dibujando planos imaginarios en los márgenes de sus cuadernos escolares”. Pero la vida tenía otros planes para él y los sueños de la universidad se desvanecieron, reemplazados por la urgencia de ganar dinero para sobrevivir.
Así fue como comenzó su andar por las calles de Puerto Tejada. Las pulseras, los aretes y los collares se convirtieron en su lienzo y cada venta era un trazo hacia su meta. Con paciencia y dedicación, aprendió a combinar colores y texturas, además de entender los gustos de sus clientes. Desde entonces, las piezas de bisutería dejaron de ser simples objetos y se volvieron símbolos de su lucha y esperanza.
Según Ronald, mientras exhibe sus pulseras de colores brillantes, aretes, bolsos, moños, balacas, entre otros, piensa en su hijo Andrés y en su ex pareja Patricia, los cuales decidieron emprender una nueva vida en Tuluá, lejos de Santander de Quilichao, en busca de mejores oportunidades laborales y estudiantiles, por lo cual él se quedó atrás, no porque no quisiera acompañarlos, sino porque tenía un sueño por cumplir.
El camino
Un sueño que guardaba en secreto y por el cual estaba dispuesto a hacer sacrificios. Con cada venta, Ronald acumula pequeñas cantidades de dinero que guarda para construir en el lote que tiene de herencia, su casa soñada, y siente que cada peso ahorrado lo acerca un poco más a su anhelo, ese proyecto que lleva años gestándose en su mente y que espera poder realizar lo más pronto posible así sea poco a poco, pero siempre con la idea de verlo finiquitado en algún momento.
El vendedor es un hombre de pocas palabras, pero sus ojos hablan por él. Cuando muestra una pulsera de cuentas de madera, revela su amor por la naturaleza y la artesanía ancestral, cuando ofrece un par de aretes con piedras semipreciosas comparte su fascinación por la geología y la belleza oculta de la tierra y cuando cuenta la historia detrás de un collar tejido a mano por una mujer indígena, transmite su respeto por las tradiciones y la diversidad cultural.
Con su sonrisa amable y su paciencia inquebrantable, atiende a cada cliente con el mismo entusiasmo, conoce sus gustos, les sugiere combinaciones y les cuenta historias sobre la procedencia de sus piezas de bisutería, debido a que algunas son realizadas a mano por él y otras las compra en la galería de Santander o en el centro de Cali para llegar a su lugar de comercio y revenderlas.
El ocaso en Puerto Tejada
Cuando el sol comienza a descender, Ronald recoge sus pertenencias y emprende el camino de vuelta a Santander de Quilichao y aunque se siente desgastado al terminar el día, no se piensa rendir. Cada paso lo acerca a su hogar solitario, pero también a su sueño, ese anhelo que lo mantiene en movimiento y le da fuerzas para seguir adelante.
En el trayecto de su camino de regreso al hogar donde habita, su mente vuela hacia su sueño: la casa propia que espera construir poco a poco mientras recuerda que cada peso ahorrado lo acerca un poco más a esa casa con ventanas amplias y un jardín lleno de flores.
Pero también sabe que su sueño no es solo para él. Si no también, para Andrés, su hijo, quien heredó su pasión por los colores y las formas, para su ex pareja, a quien aún recuerda con cariño a pesar de la distancia y sobre todo para los que caminan por las calles de Puerto Tejada y encuentran en sus pulseras y aretes algo más que adornos como esperanza y sacrificios.
Ronald Balanta no es solo un vendedor ambulante de bisutería. Es un hombre con una meta y visión, una ilusión que lo impulsa a seguir luchando día tras día, vendiendo sus pulseras y aretes en las calles de Puerto Tejada, con la esperanza de algún día poder hacer realidad ese sueño de tener casa propia.